El romanticismo no puede ser identificado con un estilo singular, con una técnica o con una actitud, pero sin embargo la pintura romántica se caracteriza por una aproximación muy imaginativa y subjetiva, intensidad emocional y por un carácter visionario u onírico (relativo a los sueños). En cuanto a la expresión, el arte romántico se caracteriza por esforzarse en expresar estados de ánimo, sentimientos muy intensos o místicos, así como por eludir la claridad y la definición. El escritor alemán Ernst Hoffmann definió la esencia del romanticismo como la “infinita añoranza (nostalgia)”. En la elección de temas, los artistas del movimiento romántico mostraron cierto cariño por la naturaleza, especialmente en su aspecto más salvaje o misterioso, así como con asuntos exóticos, melancólicos o melodramáticos que producen miedo o pasión.
El romaticismo abandona la inspiración en la Grecia y Roma clásicas, huye también del realismo prosaico y de la pura belleza exterior para buscar el movimiento interior. Esta expresión interior suele manifestarse en tonos generalmente sentimentales, lúgubres a veces, desesperados e incluso disolventes.
En la pintura romántica lo que más resalta es la exaltación del colorido. Su rica policromía inunda los cuadros como una fuerte reacción contra la monocromía y la preponderancia de la linea que caracterizó a la Neoclásica. Por lo que se refiere al contenido, destaca el sentimiento personal que sale al exterior a través de las cosas; muchos de sus temas son extraídos de la historia, pero no en torno al mundo griego o romano y sus aspectos mitológicos, sino más bien al cuadro histórico con escenas de la vida.
UN PINTOR DESTACADO DE ESTE MOVIMIENTO ES: Eugene Delacroix (1798-1863).
Delacroix nació el 26 de abril de 1798 en Charenton-Saint Maurice, y fue discípulo del pintor francés Pierre Guérin. Recibió una formación neoclásica dentro de la escuela del pintor francés Jacques-Louis David, pero su estilo se vio influenciado por el rico colorido y la opulencia de maestros anteriores.
La carrera artística de Delacroix empezó en 1822 cuando su primer cuadro, Dante y Virgilio en los infiernos, fue aceptado en el Salón de París. Viajó a Inglaterra donde estudió la obra de los pintores ingleses. La influencia de Richard Parkes Bonington, que pintaba con colores brillantes, se manifiesta en obras posteriores de Delacroix como La muerte de Sardanápalo (1827, Louvre). Esta exuberante obra de madurez, de gran colorido, violencia y fastuosidad, muestra a mujeres, esclavos, joyas y telas combinados en una composición delirante, casi orgiástica. El tema del cuadro es la decisión que toma un rey de la antigüedad de destruir sus posesiones (incluidas sus esposas) antes de suicidarse.
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